sábado, 17 de noviembre de 2007

Que la sueño, que la toco,
que se me resbalan los pies ya de correr tan deprisa y de gastar tanto las suelas. Que mi ciudad se disfraza, se viste con noches y con velas.
Todo son reflejos en las piedras mojadas, tejados, ventanas, torres, más plazas. Manzanas enteras con jugo de sueños y de almas,
hórreos de viento y cristales que se empañan.
Belleza de orbayu por las calles,
y de estampas;
belleza de unos ojos que siempre sé de qué me hablan.
La fuerza del mar.
La del hombre, del invierno, de mil noches de recuerdos,
la fuerza que en la mina es el cantar.
Bendita la Madre de nuestra montaña,
benditos sus ojos henchidos de amor,
bendita la niebla que te hizo esconderte
en la cueva, en un hueco de mi corazón.
La roca, el milagro, el rey bravo
y una voz de tenor que sale de un chigre,
que vuelve a la niebla
que llena el oído de amable estupor;
nos susurran a gritos,
nos vocean con suspiros y
de cualquier modo
nos hacen suyos así
poco a poco.