miércoles, 12 de noviembre de 2008

"Mensaje reservado"


Hace poco vino un escritor del antiguo Madrid, del Madrid de palpusa y chaleco de pata de gallo y las calles de segunda puesta. Vino azotando su cigarrillo al viento, con movimientos secos de su mano contra el aire sucio de la capital, como si quisiera quitárselo de encima. Y vino misterioso. Según nos hablaba a todos, reunidos alrededor de espumosas cervezas y sumidos en un aire de indiferencia, sus palabras aparecían al mismo tiempo claras pero obtusas, enredadas en su mismo significado, adormecidas en la vitalidad del castellano vivaracho y chisposo. Los gestos del fumador del chaleco parecían acompañar lo que sus palabras retorcían, pero ambas cosas se enzarzaban en una lucha de significados, como si el discurso de aquel tipo fuera una enredadera de pensamientos cuyas alusiones ninguno pudiéramos disociar. Sus ojos se volvían tristes a una vez, pensativos a otra, siempre lejanos. Mientras se acababan las cervezas, mientras todos íbamos levantándonos para atender nuestros quehaceres, él se empeñaba vehementemente en hacernos comprender sus palabras. Parecía un pez vital que hubiera roto su propia pecera para lanzarse al vacío de la asfixia; y, como un pez en plena asfixia, parecía que hablaba sin apenas emitir sonido. ¿Qué es el significado sin el lenguaje? ¿Y qué es el lenguaje sin significado? Los muertos hablan, sí, son los escritores que nos quieren contar lo que no les dio tiempo a decir (por la brevedad e intensidad de sus vidas) o que quieren contar a todos lo que sólo pudieron decir a algunos. Lo que es cierto es que no podemos llevarnos mensajes con nosotros. El resto de los vivos, a su tiempo, se ocupan de ellos. Los mensajes reservados, ¿qué son? Sólo un modo de retrasar lo inevitable -que somos y debemos ser comunicables- y lo necesario. Perseguimos la felicidad pero, ¿y si los mensajes encriptados nos pesan y no nos dejan avanzar por el camino que conduce a ella? Es posible que nos quedemos (ad)mirando y amando nuestros secretos, puede incluso que lleguemos a amarlos más que a nuestra propia felicidad. Pero, entonces, el hombre del chaleco... ¿no debería dejar de ser un pez?

3 comentarios:

Zerepica_n dijo...

Quizás sólo sea un primer paso para no llevarselos consigo. Quizás ese chulapo crea que sin esa carga no recordará cuál es su camino elegido. "Sólo" -que no es poco- deberá querer su peso menos que su fin. Para poder seguir esperando en su búsqueda sin olvidar lo que ha tenido que vivir en su largo camino.

Quizás sólo salga de la pecera para cargar de aire su barrigota vacía, ¿aunque eso signifique tender a flotar cuando pueda picar en un anzuelo? sí, aún así.

Qué le propones al del chaleco en lugar de pez?

Salu2

Mónica Armiño dijo...

Hola!!. Cuánto tiempo hacía que no te leía...Creo que deberías plantearte seriamente lo de publicar algo. ¿qué tal todo? imagino que ya no estarás por Madrid...espero que estés bien, a ver si podemos hablar pronto.

Por cierto, qué monisimo el dibujín del pez, de dónde lo sacaste?

Besos, guapa!!

Cristina Sánchez dijo...

¡Gracias, Mónica! Pensaré en ti para las ilustraciones si decido publicar algo, ;) Está claro que en Isabella fomentan el bello oficio de las artes y las letras!jejeje. ¡¡Un beso!!

Y bueno, respecto al hombre del chaleco, diría que en vez de un pez le convendría ser un águila, que observa pacientemente y actúa en consecuencia, habiendo ponderado los hechos y sabiendo exactamente qué hacer. Sin embargo, un águila sigue teniendo poesía, no es un animal torpe. De modo que en vez de un pez que se asfixia, quizá mejor un águila que analiza lo que tiene "entre manos" y se lanza a por ello, sin dilaciones. El pez sin el agua es a la asfixia y la muerte, como el águila es a la decisión y la valentía. ¡Se admiten comentarios!