Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías,
azogues, almas cortas, aseguran
que estoy aquí, yo, inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los nombres,
la verdad trasvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy besando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.
La vida —¡qué transporte ya!—, ignorancia
de lo que son mis actos, que ella hace,
en que ella vive, doble, suya y mía.
Y cuando ella me hable
de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
recordaré
estrellas que no vi, que ella miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.
Y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar quieto, muerto ya. Morirse
en la alta confianza
de que este vivir mío no era sólo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte.
lunes, 11 de mayo de 2009
martes, 5 de mayo de 2009
TRANSCULTURAL REFLECTIONS
When reading about Eastern European Jewry and its golden age, I discovered the need to apply some of its values and preferences to our current world...
Life to them was not merely an opportunity for indulgence, but a mission that God entrusted to every individual. (...) Every man constantly produces thoughts, words, deeds. He supplies these products to the Powers of Holiness or to the Powers of Impurity. He is constantly engaged in either building or destroying. (...)
Piety is more important than wisdom, naïveté ranks higher than speculation, the God-fearing man is above the scholar. By their apotheosis of simplicity, of warm faith, of humaneness and desirable moral qualities, they paved a way to God for the ordinary man.
Pues eso, ora et labora, y "ora lo que laboras" :)
Life to them was not merely an opportunity for indulgence, but a mission that God entrusted to every individual. (...) Every man constantly produces thoughts, words, deeds. He supplies these products to the Powers of Holiness or to the Powers of Impurity. He is constantly engaged in either building or destroying. (...)
Piety is more important than wisdom, naïveté ranks higher than speculation, the God-fearing man is above the scholar. By their apotheosis of simplicity, of warm faith, of humaneness and desirable moral qualities, they paved a way to God for the ordinary man.
Pues eso, ora et labora, y "ora lo que laboras" :)
miércoles, 1 de abril de 2009
Versos de un poeta navarro
En esos días, mirando a Santa
María, le diría seguramente los últimos versos de su poema:
"Me fui lejos, muy lejos. Pero aún arde
tu amor como una lámpara en mi vida. (...)
Y nunca, nunca. Emperatriz celeste,
podré olvidar la luz de tu mirada,
que llevaré, como una estrella, en este,
mi enamorado corazón, clavada."
Gracias, Albert :)
María, le diría seguramente los últimos versos de su poema:
"Me fui lejos, muy lejos. Pero aún arde
tu amor como una lámpara en mi vida. (...)
Y nunca, nunca. Emperatriz celeste,
podré olvidar la luz de tu mirada,
que llevaré, como una estrella, en este,
mi enamorado corazón, clavada."
Gracias, Albert :)
lunes, 26 de enero de 2009
Más Bolonia...
... mucho Espacio Europeo de Educación Superior pero, eso sí, mientras, aquí en Navarra y el País Vasco nos encontramos con modelos D de educación (sólo euskera) campando a sus anchas por la legalidad española. ¿Paradójico? No. ¿Entonces? Piensen ustedes...
http://www.lapaginadefinitiva.com/dbactualidad/actualidades/138
http://www.lapaginadefinitiva.com/dbactualidad/actualidades/138
martes, 18 de noviembre de 2008
miércoles, 12 de noviembre de 2008
"Mensaje reservado"

Hace poco vino un escritor del antiguo Madrid, del Madrid de palpusa y chaleco de pata de gallo y las calles de segunda puesta. Vino azotando su cigarrillo al viento, con movimientos secos de su mano contra el aire sucio de la capital, como si quisiera quitárselo de encima. Y vino misterioso. Según nos hablaba a todos, reunidos alrededor de espumosas cervezas y sumidos en un aire de indiferencia, sus palabras aparecían al mismo tiempo claras pero obtusas, enredadas en su mismo significado, adormecidas en la vitalidad del castellano vivaracho y chisposo. Los gestos del fumador del chaleco parecían acompañar lo que sus palabras retorcían, pero ambas cosas se enzarzaban en una lucha de significados, como si el discurso de aquel tipo fuera una enredadera de pensamientos cuyas alusiones ninguno pudiéramos disociar. Sus ojos se volvían tristes a una vez, pensativos a otra, siempre lejanos. Mientras se acababan las cervezas, mientras todos íbamos levantándonos para atender nuestros quehaceres, él se empeñaba vehementemente en hacernos comprender sus palabras. Parecía un pez vital que hubiera roto su propia pecera para lanzarse al vacío de la asfixia; y, como un pez en plena asfixia, parecía que hablaba sin apenas emitir sonido. ¿Qué es el significado sin el lenguaje? ¿Y qué es el lenguaje sin significado? Los muertos hablan, sí, son los escritores que nos quieren contar lo que no les dio tiempo a decir (por la brevedad e intensidad de sus vidas) o que quieren contar a todos lo que sólo pudieron decir a algunos. Lo que es cierto es que no podemos llevarnos mensajes con nosotros. El resto de los vivos, a su tiempo, se ocupan de ellos. Los mensajes reservados, ¿qué son? Sólo un modo de retrasar lo inevitable -que somos y debemos ser comunicables- y lo necesario. Perseguimos la felicidad pero, ¿y si los mensajes encriptados nos pesan y no nos dejan avanzar por el camino que conduce a ella? Es posible que nos quedemos (ad)mirando y amando nuestros secretos, puede incluso que lleguemos a amarlos más que a nuestra propia felicidad. Pero, entonces, el hombre del chaleco... ¿no debería dejar de ser un pez?
jueves, 23 de octubre de 2008
¿Para qué sirve la literatura?
(by Jorge Majfud, University of Georgia)
Estoy seguro de que muchas veces habrán escuchado esa demoledora inquisición: «¿Bueno, y para qué sirve la literatura?», casi siempre en boca de algún pragmático hombre de negocios; o, peor, de algún Goering de turno, de esos semidioses que siempre esperan agazapados en los rincones de la historia, para en los momentos de mayor debilidad salvar a la patria y a la humanidad quemando libros y enseñando a ser hombres a los hombres. Y si uno es escritor, palo, ya que nada peor para una persona con complejos de inferioridad que la presencia cercana de alguien que escribe. Porque si bien es cierto que nuestro financial time ha hecho de la mayor parte de la literatura una competencia odiosa con la industria del divertimento, todavía queda en el inconsciente colectivo la idea de que un escritor es un subversivo, un aprendiz de brujo que anda por aquí y por allá metiendo el dedo en la llaga, diciendo inconveniencias, molestando como un niño travieso a la hora de la siesta. Y si algún valor tiene, de hecho lo es. ¿No ha sido ésa, acaso, la misión más profunda de toda la literatura de los últimos quinientos años? Por no remontarme a los antiguos griegos, ya a esta altura inalcanzables por un espíritu humano que, como un perro, finalmente se ha cansado de correr detrás del auto de su amo y ahora se deja arrastrar por la soga que lo une por el pescuezo.
Sin embargo, la literatura aún está ahí; molestando desde el arranque, ya que para decir sus verdades le basta con un lápiz y un papel. Su mayor valor seguirá siendo el mismo: el de no resignarse a la complacencia del pueblo ni a la tentación de la barbarie. Para todo eso están la política y la televisión. Por lo tanto, sí, podríamos decir que la literatura sirve para muchas cosas. Pero como sabemos que a nuestros inquisidores de turno los preocupa especialmente las utilidades y los beneficios, deberíamos recordarles que difícilmente un espíritu estrecho albergue una gran inteligencia. Una gran inteligencia en un espíritu estrecho tarde o temprano termina ahogándose. O se vuelve rencorosa y perversa. Pero, claro, una gran inteligencia, perversa y rencorosa, difícilmente pueda comprender esto. Mucho menos, entonces, cuando ni siquiera se trata de una gran inteligencia.
Estoy seguro de que muchas veces habrán escuchado esa demoledora inquisición: «¿Bueno, y para qué sirve la literatura?», casi siempre en boca de algún pragmático hombre de negocios; o, peor, de algún Goering de turno, de esos semidioses que siempre esperan agazapados en los rincones de la historia, para en los momentos de mayor debilidad salvar a la patria y a la humanidad quemando libros y enseñando a ser hombres a los hombres. Y si uno es escritor, palo, ya que nada peor para una persona con complejos de inferioridad que la presencia cercana de alguien que escribe. Porque si bien es cierto que nuestro financial time ha hecho de la mayor parte de la literatura una competencia odiosa con la industria del divertimento, todavía queda en el inconsciente colectivo la idea de que un escritor es un subversivo, un aprendiz de brujo que anda por aquí y por allá metiendo el dedo en la llaga, diciendo inconveniencias, molestando como un niño travieso a la hora de la siesta. Y si algún valor tiene, de hecho lo es. ¿No ha sido ésa, acaso, la misión más profunda de toda la literatura de los últimos quinientos años? Por no remontarme a los antiguos griegos, ya a esta altura inalcanzables por un espíritu humano que, como un perro, finalmente se ha cansado de correr detrás del auto de su amo y ahora se deja arrastrar por la soga que lo une por el pescuezo.
Sin embargo, la literatura aún está ahí; molestando desde el arranque, ya que para decir sus verdades le basta con un lápiz y un papel. Su mayor valor seguirá siendo el mismo: el de no resignarse a la complacencia del pueblo ni a la tentación de la barbarie. Para todo eso están la política y la televisión. Por lo tanto, sí, podríamos decir que la literatura sirve para muchas cosas. Pero como sabemos que a nuestros inquisidores de turno los preocupa especialmente las utilidades y los beneficios, deberíamos recordarles que difícilmente un espíritu estrecho albergue una gran inteligencia. Una gran inteligencia en un espíritu estrecho tarde o temprano termina ahogándose. O se vuelve rencorosa y perversa. Pero, claro, una gran inteligencia, perversa y rencorosa, difícilmente pueda comprender esto. Mucho menos, entonces, cuando ni siquiera se trata de una gran inteligencia.
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