viernes, 27 de julio de 2007

Hablando de "palabras de café"

Un artículo publicado en "La Voz de Asturias" por el escritor Victor Alperi (a quien no conozco pero cuyas letras, por alguna razón, me hicieron sonreir...)

Mientras escribo este artículo tengo sobre la mesa un grueso volúmen dedicado a los cafés de Palermo; por desgracia, la mayoría de ellos desaparecieron durante la última gran guerra, algunos de los modernos por su nombre o por fotografías que decoran las paredes, recuerdan al autor de El Gatopardo , el príncipe de Lampedusa, cliente de estos locales y de las tertulias literarias que en ellos se alimentaban.

En toda Europa los grandes y viejos cafés tenían una función social y cultural. Famosos fueron los de Madrid, como El gato Negro, el Levante, el Continental, la Nueva Montaña, La Elipe, Chicote, Lión, y otros muchos como El Comercial; el Café de Pombo, en la memoria de muchas personas por la famosa tertulia que capitaneaba Ramón Gómez de la Serna que quedaría inmortalizada en el cuadro de Gutiérrez Solana. Contemporáneo de la mayoría de los viejos cafés estaba el Gijón, del Paseo de Recoletos que en la actualidad se le considera como el centro de la vida literaria, y pictórica, de Madrid. Precisamente Gómez de la Serna ha sido el autor que más ha escrito sobre estos locales: "Los Cafés --decía-- son los burladeros, los reductos en que resguardarnos de las calles por las que no se pueden hacer trayectos largos", "En el Café se apura con gusto el cáliz amargo de la vida, frase que nunca será más oportuna que ante una taza de más café que leche", y también: "El Café tiene el don de docilizar al indócil, de volver comprensivo al incomprensivo, aún cuando el intolerante siga siendo tan intolerante".

Asturias, por no ser menos que Madrid, también tenía importantes cafés con tertulias literario-políticas que trataban de arreglar el mundo. Oviedo contaba con cafés de reconocido prestigio, el Cervantes, el Peñalba, El Rialto, incluso el pequeño café Sevilla tenía un encanto del pasado con sus paredes adornadas con espejos. Luarca, Llanes, San Esteban de Pravia, Avilés, Mieres o Sama igualmente podía presumir de buenos locales con sus tertulias correspondientes.

Gijón, de todas formas, se llevaba la palma de buenos cafés, muy en particular en la calle Corrida, con el Imperial, el Oriental, el Príncipe, el San Miguel en la plaza del mismo nombre y el Gran Café Dindurra, en el Paseo de Begoña, pegado al teatro Jovellanos, que es el único que se salvó de una muerte cierta en manos de bancos o de joyerías.

El Dindurra, con más de cien años sobre sus mesas de mármol, sobre sus divanes y sus columnas-palmera, según diseño del arquitecto Del Busto, uno de los grandes en Asturias del arte modernista ha lavado la cara en las últimas semanas con una capa de pintura muy acertada, cuadros con fotografías del Gijón finisecular o espejos de la misma época, es como un remanso en el tiempo, un lugar apropiado para la tertulia o para el pensamiento en soledad sonora.

Mucho se ha escrito sobre este viejo y joven café, mucho se ha hablado y mucho se ha paseado entre sus mesas, por el piso superior, al lado de una barra siempre bulliciosa. Incluso en este mismo diario, que ahora publica la presente glosa, se recomendó en libro gastronómico, sus delicadas croquetas.

Es el zoco de la vida gijonesa en la mañana, al mediodía, por la tarde y en las noches de fiesta, cuando el café de hábitos moderados se permite la licencia de continuar abierto más allá de las doce. Viejo café siempre a pie firme, confidente de escritores y de banqueros, de actores que pasaron por el Jovellanos y el Arango, de industriales y de estudiantes --la planta alta del Dindurra, en los días de invierno, es el refugio de muchos estudiantes con los libros sobre el mármol y la taza de café al lado. Salón de ávidos lectores de periódicos, de íntimas confidencias de jóvenes enamorados o de amigas que se cuentan las últimas noticias de su barrio o de la villa jovellanista.

Mariano Tudela, el escritor gallego que pasó toda su vida en Madrid y estudió más de una vez el tema de las tertulias en los viejos cafés, decía que "Hay quien ve en la tertulia un rasgo de identidad casticista a ultranza, por lo que defienden a capa y españa el sesgo madrileño de lo tertuliano. Para éstos, las viejas tertulias provincianas no eran más que un ensayo general con todo en el que el tertuliano se preparaba para su salto a Madrid". Con la vida tan agitada de Madrid hoy en día se puede decir que la tertulia ha regresado a la provincia para disfrutar de tiempo y de tranquilidad.

El café Dindurra, de todas formas, no ha perdido nunca su carácter de centro tertuliano, y aunque no es el café Gijón de Madrid, ni el Gambrinus de Nápoles, ni el Hungaria de Budapest, ni tampoco el Chinés de Lisboa, ni los afamados centros cafeteriles de Viena, Roma o Palerno, el local asturiano tiene una personalidad propia y es el único en toda la región que permanece en pie; los otros centros de café de Asturias fueron arrasados con el fuego de los tiempos y del dinero. El Dindurra es un ejemplo que tenemos que admirar.

2 comentarios:

Mónica Armiño dijo...

A tu regreso, podíamos ir a un café tertuliano a charlar, no?

Cristina Sánchez dijo...

Mónica, supongo que lo de tomar un café no va por el sr. "camiseta-personalizada", verdad? jeje. Estaré encantada de que nos veamos, for example, en un café gijón y hablemos de literatura después de que me descubras alguna maravilla en el Prado :) (yes!!! I can't wait!!)