A hora y poco de Cambridge Station, el primer lugar que vi de Londres fue la estación de tren de Liverpool Street (bastante llena de gente y con muchas tiendecitas, pero en ese plan donde esté Príncipe Pío...), y la primera persona a la que vi fue Alberto , que me esperaba con una cookie debajo de las pantallas de arrivals y departures (todos sabemos que diez minutos de espera en una estación con bakeries cerca es un peligro). De ahí, lo primero fue ir a por el libro gordo de Petete (uséase, a guide to England) y justo después rumbo a la Tower of London y el Tower Bridge en pleno día lluvioso, típicamente inglés. Pudimos ver la torre por dentro: el palacio donde vivió Henry VIII, la capilla donde está enterrado Sto. Tomás Moro, entre otros, el foso, las cuervos que custodian el lugar... y lo mejor fueron los comentarios del Yeoman Guard, un hombrecito con gorro y elegantemente vestido de rojo-cortina-terciopelo (todo uno) con el emblema de la reina Elizabeth II y que se dedica a hacer del tour todo un espectáculo digno del club de la comedia, ¡merece la pena! (sobre todo si a alguien le suena el móvil...jejeje) Después de esto y de sufrir las incidencias reglamentarias del metro de Londres en fin de semana (engineering works all over...), logramos llegar a nuestros destinos: el de Alberto ir a trabajar al Café Nero (esto es publicidad subliminal, ¿eh? os lo digo en confianza, jajaja) y el mío encontrarme con mi amiga Ana en Westminster, donde aproveché para ver el Big Ben y las Houses of Parliament, la abadía de Westminster y la catedral de Westminster al final de la calle Victoria. La catedral me impresionó porque no me esperaba algo de estilo ítalo-bizantino, como tan mediterráneo, en medio de una ciudad tan impasible como es London... Y de allí a -esta vez sí- lo más puramente inglés a ojos extranjeros: el Buckingham Palace, con los consabidos jardines/parques que lo rodean: el Green Park y el St James' Park, ambos alucinantes como todo lo verde en Inglaterra. De vuelta a Cambridge en el autobús con Ana, pudimos ver los "guettos" de la ciudad, donde nada tiene que ver con la sofisticación y el lado más in de la capital.
Mi segunda visita a Londres fue para ver a mi hermano, que ya volvía para Madrid de su estancia de un mes en Gales. El hecho de que hubiera estado contrarrestando las horas de estudio (fue a hacer un curso) con la parranda, sumado a que iba con un amigo y que conocieron a otros tantos allí (parranda al cubo) hizo que me topara con una versión "ahorro de energía" de mi hermano, por lo que mucho turismo no hicimos, más allá de Oxford Street y Camden Market: lo primero fue muy convencional, nada que no encuentres en cualquier ciudad grande, ya que es una calle con muchas tiendas; lo segundo me alegré de verlo, porque es un "mercadillo" tan cutre que me dio la total convicción de que las próximas veces que fuera a Londres me ahorraría visitar esa parte. Y así transcurrió el día, tranquilo y en compañía de tres españoles hartos de lo british, extasiados y con ganas de volver a España a brazos de la comida de la mamma (ais...)
Volví a Liverpool Street de nuevo con mi amiga Maider un domingo soleado, ¡qué ilusión ver caras conocidas en otro país! y decidimos andar hasta la torre de Londres (creo...) pasando por toda la zona financiera y con el mapita en la mano. En no sé qué calle, pero a la altura de un número ciento cuarenta y pico, la lluvia decidió sorprendernos... sin paraguas (oops!), pero bueno, un poco de aventura (yujuuuu): nos mojamos un poquito, cruzamos en rojo por las prisas (error: volví a nacer porque allí además conducen por el lado izquierdo y nunca sabes por dónde vienen)... y entre una cosa y otra volvió a salir el sol y el día nos cundió como para ver Covent Garden, Harrods, el Soho (un Chueca londinense con el único encanto de una pastelería artística supertentadora o una "tienda de masajes express" en plan pop in and sit down for a 10- minutes massage y una bombonería increíble (La Maison du Chocolat) a cuya especialidad en chocolate negro no me pude resistir. Poco después de que Maider inmortalizara el momento en que posaba con mis chocolatitos en el escaparate (momento en el que un italiano se unió espontáneamente a la foto) pasamos al China Town, que consiste en un par de calles tomadas por tiendas, negocios y viviendas chinas cercadas por puertas como las que vemos en la tele (con su tejadito rojo, sus dragones...); aquí fuimos nosotras quienes nos acoplamos a unas niñas chinas junto a un escaparate de pollos que por alguna extraña razón nos llamó la atención (Maider, aquí es cuando tú dejas un comentario explicándolo, jajajaja) Vimos también Leicester Square (mmmm.... Ben & Jerry's chocolate waffle! ;) ) y Picadilly Circus, y aquí se acabó nuestra expedición del día, ¡que fue genial!
Con la visita de mis padres hace unas dos semanas, Londres volvió a ser referencia turística hasta el punto de que fuimos dos días, y vimos de todo un poco, lo que incluye todo lo anterior (en este punto ya podía hacer yo de guía) sumado al Portobello Road Market (una monada), el Regent's Park (una auténtica preciosidad), la orilla del Támesis que está frente a la Tower of London... No entramos a ningún museo por falta de tiempo y necesidad de priorizar, pero suplí esta carencia yendo este lunes al British Museum y ver algunas de sus maravillas tipo el Partenón, el monumento a las Nereidas, las momias egipcias, la piedra Rosetta, las cariátides... lo malo es que para ver ese museo necesitas 7 días y una audioguía que te amenice con chistes de Eugenio, porque sino acabas saturadísima.
Y bueno... esto es todo, diría yo. No sé si me dejo alguna cosa esencial pero siempre podéis sugerirme algo para que lo comente. El caso es que por fin he escrito sobre la famosa ciudad, de la que saco la conclusión de ser una ciudad con mucho que ofrecer y mucho tiempo que dedicarle. Merece mucho la pena pateársela. La recomiendo pero para ir con zapato cómodo, especialmente si queréis perderos el metro (yo lo haría) y pasear por el Londres auténtico :)