miércoles, 8 de agosto de 2007

Un individuo gris


No es una conversación cualquiera. Es ésta, donde se intuye la cierta nostalgia que siente un amigo (echa de menos la esperanza). Es alguien -en cursiva, entre paréntesis- que no quiere ser soldado. Preocupado por un futuro gris, de individuo plano, le asalté con mi idea de quién podría ser en realidad. Le puse un espejo delante, le dije “mírate”. Y él comenzó a leer:


Mmm... déjame pensar. ¡Tengo la imagen en la cabeza pero no sé ponerle nombre! Creo que se me ocurre un bohemio en París, con perilla, gafas de esas modernas y tu gorrito con visera, de estos tipos a los que se les salen los pinceles por los bolsillos de los pantalones anchos. En color azul y rojo, te veo, con el pelo por debajo de las orejas. Tomando café todos los días en la misma terraza en frente de la torre Eiffel; pero no fuera, sino dentro junto a la ventana, mientras fumas con la mano izquierda, dibujas algo en tu cuaderno con un lápiz gastado, y echas el humo a un lado para que no te nuble la vista. Cuando has terminado el dibujo, te das cuenta de que todo el mundo se ha ido (muy buena idea... ¿a dónde?) y de que sólo queda un camarero aburrido que apoya la barbilla en su mano, y que deja caer con desdén la otra por debajo del codo que empuja la madera de la barra, la barra sobre cuyo extremo, en la parte oscura del bar, descansa la cabeza de un viejo con cara de enano, que sonríe descaradamente.(¿a quién sonríe?) Darías por hecho que su mirada y su sonrisa no son más que escenarios de tu Bohemia, pero en seguida te das cuenta de que tienes que prestarle más atención, de que su sonrisa es un mapa.



En ese momento, también, por fin te das cuenta de que se acaba tu último cigarrillo. (bueno ese no es problema, porque en el café hay máquina, ¿no?) Cuando el filtro empieza a hacerte cosquillas en el dedo, lo sueltas de golpe, amontonándolo con alboroto en el cenicero que cuenta las horas de tu inspiración. (¡eso me ha pasado!). Como quien corre bajo la lluvia, un pensamiento fugaz pasa por tu cabeza "la máquina de cigarrillos del café", pero te das cuenta de que ésta está detrás del viejo enano de la sonrisa etérea, tentadora, ésa que parece que te pregunta sin discreción. Miras tus papeles, guardas las bolas de papel en tu bolsa de cuero y te levantas con decisión, pero casi desperezándote. Avanzas un poco hacia el barman. Pagas pero no miras el cambio. En vez de sacar tu monedero, dejas caer las monedas lentamente en la bolsa, mientras miras de reojo al viejo de la cara roja, ojos líquidos y brillantes, ojos blandos. Una a una caen las monedas sobre las bolas de papel, sobre tus lápices de colores (los que nunca usas), sobre la cajetilla vacía, sobre un regalo que ella te entregó. Te das cuenta de que habías ido allí para olvidarla, y en lugar de eso recuerdas el contraste entre lo podrido del café y el olor a nuevo de su pelo .(ok, sería como mi Gran Jonh Waine)

Te das cuenta de que es por ella que has ido a ver la torre, negra y escuálida, desgarbada y helada, sólo para saber qué se siente al filo del contraste entre el blanco y el negro, el calor y el frío, el café y la barca, los cigarrillos y los besos, la madera vieja y la hierba mojada, el viejo -y el barman- y ella. Ella, y el recuerdo de su mirada fija, curiosa, la imagen de unos ojos oscuros que nunca duermen, unas manos que no descansan... Ella, dos guitarras.

Te das cuenta de que te has estado mirando los zapatos, pensativo, de que debes parecer un alma deshecha, un muñeco antiguo, sin consistencia... a la deriva. (sin puerto donde amarrar un cabo) Entonces sí, entonces levantas la cabeza, pasas deprisa tu mano sobre tu barba nueva y dejas atrás la sonrisa pétrea, casi temblorosa, amenazante, del viejo enano. No te despides -piensas-, pero es que sabes que no te quedan ya palabras.

* Añado yo ahora, a posteriori: si te encuentras con un "viejo enano que te sonríe", con la desesperanza misma, no te mires los zapatos, mira más bien dónde te pueden llevar. Los objetivos se agarran fuerte, no basta imaginarlos o pintarlos (aunque sea en Montmartre) Cualquier meta tiene un punto de partida, y es ahí donde hay que coger carrerilla. Aunque sea con cigarrillos de menta, o con dibujos que acaben en bolas de papel.

2 comentarios:

Mónica Armiño dijo...

Me ha encantado!!! me ha emocionado muchísimo el último párrafo, creo que lo apuntaré como lema a seguir.
Tus palabras me llegan en un buen momento, gracias!

Anónimo dijo...

Cristina, muchas cosas de estas me han pasado en París jeje ahora lo hecho mucho de menos, la hecho mucho de menos. Se hecha de menos a las personas yo creo por miedo a perderlas o algo así, pero bueno hay que sobreponerse y seguir luchando por los objetivos que se buscan en la vida. Como diría el General Patton :
"El coraje es aguantar el miedo un minuto más."

Pues eso me tengo que llenar de coraje ya habrás más dias "D".

Un besote Cris