Todo era culpa de la intuición. ¿O no? No eran las noches en vela, el exceso de champagne, la indiferencia. No eran los largos paseos huecos, de pisadas sordas, hacia un apartamento dormido y decadente. La intuición era como una serpiente de escamas secas, que arrastraba su barriga jugosa por los charcos planos de las calles de esa ciudad de todos. Como un reptil deslizándose entre la hierba, seca por el calor sofocante del verano, la intuición impregnaba todo, del mismo modo que la sonrisa del viejo enano cargaba el café de desesperanza, de un desasosiego intuido, sospechado, temido.
Ella había estado todo el día pensando en una cajita para los pinceles. No demasiado grande para su bolsa, ni demasiado pequeña para el pincel del paisaje. No muy ostentosa por el estilo, ni demasiado ridícula para sus justas pretensiones. Pero una caja encerraría algo que no era suyo, sería sólo el envoltorio de una herramienta, un trámite de madera. Casi era un regalo de despedida, como todos los desayunos, los silencios junto al caballete de pino y casi como los saludos a medio querer.
Al salir de la tienda, con la mirada flotando en el tráfico de París pero con la mente en un bohemio de cigarrillo barato, aún no sabía qué significaban esos ojos tristes, qué significaba ese silencio gris y esos lamentos apagados de las cerdas contra el lienzo. Aún no sabía qué quería decirle con su sonrisa huérfana ni qué pretendía que averiguara cuando le hablaba distraída, mirando la irregularidad de su perilla y el poso de sus ojos. No sabía a qué se debían sus susurros cuando necesitaba palabras claras, ni por qué la soltaba de la mano –aunque no- cuando no podía sostenerla. Pensaba ella que él no la entendía en su silencio, ni la seguía en lo infrecuente y difuminado de su conversación. No le veía en sus miradas, pero aún así le encontraba. Buscándose y huyendo, buscándose y desistiendo. Una búsqueda vieja, enana, impoluta.
Mientras se ponía la chaqueta y sin apartar los ojos del tráfico, sólo quería irse silenciosamente, como un fantasma que rastrea el suelo, como un huracán en el olvido, como un ángel en una burbuja, moviéndose sin hacer ruido. ¿Pena? ¿Odio? ¿Desesperanza? No necesitaba razones, le acorralaban los perdones y le aterraban las despedidas. Porque se llevaba consigo el embrujo del fantasma, la fuerza del huracán, el misterio de un sueño…, porque no le dejaría solo, ni le dejaría nunca. Porque no era ella quien se iba, sino la esperanza con ella.
Junto a su regalo se dignó a escribir “Cierra los ojos y colorea mi silencio, llora mi discreción y compadécete del viejo que te da esta caja. Sonríe porque no comprende. Se le escapa. Sonríe porque no sabe que aquí te envío la esperanza que, a sus ojos, he perdido. Sonríe porque es él el perdedor. Intuyo que vuelvo, que se equivoca. Intuyo que recupero la esperanza. Nos vemos en Bateaux Mouche. Trae cambio.”
viernes, 10 de agosto de 2007
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7 comentarios:
Palabras de café... que te dejan mudo. Me he permitido incluirte en mi lista de blogs (ya sé que tú también a mí, gracias). Te sigo la pista porque tu blog es especial. ;-)
Muchas gracias, Crispal. Sin embargo, ¡espero que estas palabras no dejen mudo a nadie! Porque se agradecen los comentarios y observaciones sobre los textos. Un saludo :)
Cristina, lo siento pero te acaban de dar un premio por tu blog, es lo que pasa cuando se tiene un blog así:
http://crispal.blogspot.com/2007/08/he-recibido-un-premio.html
Genial. En fin, sin comentarios. yo también me quedo mudo.
¡Vaya! Ahora que te dan un premio vas y desapareces. ¿Se te habrá subido a la cabeza? ;-)
Jejeje, patience, patience. Por supuesto que en breve habrá unas líneas al respecto :) Mientras tanto sigo siendo la misma, pero cobro algo más por los autógrafos :P Un abrazo y gracias.
Lo imperdonable sería que el café se enfriase.
No pasa en este blog.
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